jueves, 24 de noviembre de 2011

Un Día como hoy 25 de Noviembre

1885 
Muere en alta mar, en viaje a Buenos Aires, el jurisconsulto y estadista Nicolás Avellaneda, presidente de la Nación entre 1874 y 1880, autor de un tratado sobre tierras públicas e inspirador de la ley de inmigración. Nació en Tucumán el 3 de octubre de 1837. 

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Nicolás Avellaneda
(1837 - 1885)
Autor: Felipe Pigna
Nicolás Avellaneda, el gran promotor de la inmigración, la universidad pública y la federalización de Buenos Aires, nació en Tucumán el 3 de octubre de 1837.
El mismo día en el que cumplía cuatro años, su padre, Marco Avellaneda, fue degollado por un lugarteniente de Rosas. Su madre, Doña Dolores Silva y Zavaleta, tomó la decisión de trasladarse con su familia a Bolivia.
Ya adolescente, cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Córdoba sin llegar a graduarse. De regreso a su provincia fundó el periódico el Eco del Norte y a fines de 1857 se trasladó a Buenos Aires. A poco de llegar comenzó a trabajar como periodista en El Nacional y a colaborar con El Comercio del Plata, fundado en Montevideo por Florencio Varela durante la época de Rosas.
En Buenos Aires pudo completar sus estudios de derecho e iniciarse en el ejercicio de su profesión. Conoció a Sarmiento, con quien mantuvo una estrecha amistad. El sanjuanino lo ayudó a acceder a la cátedra universitaria como destacado profesor de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, desde donde iniciará su carrera política. En 1865 publicó una de sus obras más importantes:Estudio sobre las leyes de tierras públicas, donde examina la legislación argentina al respecto y propone, basándose en el ejemplo norteamericano, la entrega de propiedades a los verdaderos productores, abreviando trámites y eliminando obstáculos. Plantea que la distribución de la tierra garantiza el asentamiento de población estable y contribuye al aumento del caudal demográfico. "La propiedad territorial fácil y barata -decía en elEstudio- debe ser la enseña de leyes venideras, para vencer en su nombre y con su obra el desierto, cambiando el aspecto bárbaro de nuestras campañas".
Fue electo diputado de la Legislatura de Buenos Aires y al poco tiempo debió abandonar la banca para ocupar el cargo de ministro de Gobierno de la Provincia, durante la gobernación de Alsina, cuando todavía no había cumplido 29 años.
En 1868, Sarmiento fue electo presidente y designó a Nicolás Avellaneda en la cartera más importante en la estrategia del sanjuanino: el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Desde allí llevará adelante los ambiciosos proyectos educativos de Sarmiento: centenares de escuelas primarias, decenas de escuelas normales y colegios nacionales en todo el país.
En 1874, al finalizar la presidencia de Sarmiento, fue electo presidente de la República. Mitre, el candidato derrotado, denunció fraude y se levantó en armas contra el triunfo de Avellaneda. A los pocos meses fue derrotado en el combate de La Verde por las fuerzas del General Roca. Mitre fue condenado a prisión por un tribunal militar, pero fue indultado por el presidente Avellaneda quien además, como muestra de su voluntad de pacificación incorporó al Gabinete a Rufino de Elizalde y a José María Gutiérrez, dos reconocidos mitristas.
Siguiendo la consigna de Alberdi "gobernar es poblar", Avellaneda promovió en 1876 la sanción de la Ley de Inmigración conocida como Ley Avellaneda, que aparecía como una promesa interesante de tierras y trabajo para los campesinos europeos. En pocos años, duplicó el flujo inmigratorio.
Avellaneda enfrentó los efectos perdurables de la grave crisis económica que se había desatado a fines de la presidencia de Sarmiento, con medidas extremas como la disminución del presupuesto, suspensión de la convertibilidad del papel moneda a oro, la rebaja de sueldos y los despidos de empleados públicos.
Decía en 1877 "Los tenedores de bonos argentinos deben, a la verdad, reposar tranquilos. La República puede estar dividida hondamente en partidos internos; pero no tiene sino un honor y un crédito, como sólo tiene un nombre y una bandera ante los pueblos extraños. Hay dos millones de argentinos que economizarían hasta sobre su hambre y sobre su sed, para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros."
En diciembre de 1876 llegó al país el primer barco frigorífico, Le Frigorifique, equipado con dos cámaras que mantenían una temperatura de 0 grados centígrados. En 1877 llegó Le Paraguay, sus cámaras enfriaban hasta 30° bajo cero. Esto modificaba notablemente el panorama de las exportaciones argentinas e incrementaba el valor del ganado.
El periódico El Mosquito satirizaba así la llegada del frigorífico:
"Yo me quedo asombrado cuando pienso en todas las ventajas que se pueden sacar del invento del frigorífico. Las mujeres podrán construir cada una en su casa un retrete frigorífico, sea sencillo o sea adornado como un elegante tocador, y si tienen la constancia de no salir de él, sino para ir a las tiendas, recibir visitar y comer, conservarán una juventud eterna, y a los 80 parecerán mozas de 25 años. El sistema frigorífico aplicado a la política, producirá también efectos benéficos; las revoluciones serán más raras, si encierran a los autores de revoluciones en calabozos frigoríficos, porque la baja temperatura de su prisión calmará sin duda su ardor revolucionario."
La restricción de las compras al exterior como producto de la crisis, estimuló un tímido desarrollo de la industria local. En 1877 se fundó el Club Industrial, por iniciativa de Carlos Pellegrini, Vicente Fidel López, José Hernández y Roque Sáenz Peña. El club logró que se establecieran tarifas proteccionistas para algunos productos, fortaleciendo la industria harinera, la vitivinícola, la del vestido y otras producciones.
En ese mismo año, se produjo la primera huelga de nuestra historia protagonizada por el primer gremio organizado: la Sociedad Tipográfica Bonaerense, fundada en 1857. La huelga fue dirigida por dos inmigrantes, un francés, Gauthier, y un español, Álvarez, que traían su experiencia sindical europea. La huelga fue exitosa y logró el establecimiento de la jornada de diez horas en invierno y doce en verano, una importante conquista para la época. El periódico El Nacional, dirigido por Dalmacio Vélez Sarsfield, calificó a la huelga como "recurso vicioso, inusitado e injustificado".
El gobierno de Avellaneda, a través del ministro de Guerra, Adolfo Alsina impulsó una campaña al desierto para extender la línea de frontera hacia el Sur de la Provincia de Buenos Aires. El plan de Alsina era levantar poblados y fortines, tender líneas telegráficas y cavar un gran foso, conocido como la "zanja de Alsina", con el fin de evitar que los indios se llevaran consigo el ganado capturado. Antes de concretar su proyecto, Alsina murió. Fue reemplazado por el joven general Julio A. Roca, quien aplicará un plan de aniquilamiento de las comunidades indígenas a través de una guerra ofensiva y sistemática.
El éxito obtenido en la llamada “conquista del desierto”, llevada a cabo entre 1878 y 1879, prestigió frente a la clase dirigente la figura de Roca y significó la apropiación por parte del estado nacional de millones de hectáreas que serán distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder.
Al finalizar su presidencia, Avellaneda envió al parlamento un proyecto de federalización de la ciudad de Buenos Aires, con la intención de poner fin a la histórica disputa por la residencia de las autoridades nacionales, que estaban de hecho sometidas a la autoridad y jurisdicción del gobernador de la provincia de Buenos Aires. El proyecto provocó la reacción del gobernador, Carlos Tejedor, quien se sublevó contra las autoridades nacionales en tanto se llevaban a cabo las elecciones presidenciales que dieron el triunfo a la fórmula Roca-Madero, partidarios de la federalización.
El presidente Avellaneda abandonó la ciudad e instaló el gobierno en el vecino pueblo de Belgrano. Buenos Aires fue sitiada y Tejedor, derrotado por las tropas leales a Avellaneda comandadas por Roca. Finalmente en agosto de 1880 la legislatura nacional declaró disuelta al cuerpo legislativo bonaerense y sancionó la Ley de federalización de la ciudad de Buenos Aires.
Al concluir su mandato presidencial, en 1880, Avellaneda fue electo senador por Tucumán. Desde allí proyectó y logró la sanción de la Ley Universitaria, que les garantizó la autonomía a las universidades nacionales. Poco después fue electo rector de la Universidad de Buenos Aires.
En junio de 1885, se embarcó hacia Europa junto a su esposa, Carmen Nóbrega, en busca de un tratamiento médico para la nefritis que lo afectaba. Murió en altamar, de regreso de su viaje, el 24 de noviembre de 1885, a los 48 años.
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Fuente: www.elhistoriador.com.ar
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1936 
Se otorga el Premio Nobel de la Paz al doctorCarlos Saavedra Lamas, por su participación en el tratado de paz de la guerra paraguayo-boliviana. 

Jueves, 24 de Noviembre de 2011
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Carlos Saavedra Lamas
(1878-1959) Diplomático, Jurista, Secretario de Estado

Jurista argentino quien en 1936 recibió el Premio Nobel de la Paz por su participación en la solución de la Guerra del Chaco (1932-35), que enfrentó a Bolivia y Paraguay en disputa por la parte norte la región del Gran Chaco y especialmente por sus campos petrolíferos. Saavedra Lamas organizó y presidió el comité internacional de mediación (Brasil, Chile, Peru, Uruguay y los Estados Unidos) que aseguró el armisticio de Junio 12, 1935. Más tarde, tuvo parte prominente en las negociaciones que resultaron en un tratado de paz permanente.


Carlos Saavedra Lamas y su vision de la paz

Por el doctor Jorge A. Aja Espil,
en el Homenaje de las Academias Nacionales al doctor Carlos Saavedra Lamas (1994)
Carlos Saavedra LamasEl culto devoto a las personalidades de nuestra patria es una forma de cumplir con un alto deber cívico y de reiterar unánimes sentimientos de admiración y respeto por aquellos relevantes valores de cuño argentino. Coincidiendo con ello es que las Academias Nacionales, las de tradición científica y las de linaje cultural, han querido esta tarde honrar en acto conjunto la memoria del doctor Carlos Saavedra Lamas, premio Nobel de la Paz.
¿Qué se decía de Saavedra Lamas? ¿Qué se dijo antes de ahora? El reconocimiento a la integridad de su obra, el elogio a la prestancia de su inteligencia y a su vocación por lo social, por la educación y por las agridulces cuestiones internacionales, han sido puestos de manifiesto en valiosos perfiles que, en su momento, nos entregaron los académicos Atilio Dell'Oro Maini, Carlos Manuel Muñiz, José María Ruda, Horacio Zorraquín Becú y Carlos María Gelly y Obes. Por mi parte, intentaré un nuevo enfoque: un ensayo sobre su credo intelectual de la paz.
Tan notable internacionalista y jurisconsulto fue algo así como un académico nato que enalteció a la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas con su incorporación en el año 1943, donde participó a lo largo de 16 años en el estudio silencioso y propio de los centros de alta especulación intelectual, lejos del mundillo del estrépito y de la banalidad. Así lo recordó el entonces miembro de número doctor Juan Carlos Rébora en su muy sentida oración fúnebre, al expresar: "Obrero de la paz, trazó con su vida una parábola cuyo seno se ha confundido con la muerte".
No me resisto, señores académicos, a evocar mi primer encuentro con el Premio Nobel de la Paz. Es que entre los recuerdos vivos que conservo del paso por las aulas universitarias, donde lucían grandes señores de la cátedra, se destaca con singular relieve la visita que con mis entonces juveniles compañeros de estudio, y hoy dilectos amigos, doctores José Domingo Ray y José María Sáenz Valiente, le hiciéramos al doctor Carlos Saavedra Lamas, en su estudio de la calle Florida.
Allí estuvimos, hace ya más de medio siglo, pendientes de su palabra rápida, sugestiva, sin énfasis pero convincente. Aquel profesor de gran señorío personal, de rostro pálido y mirada penetrante, endiosado con la aureola que le otorgaba el haber recibido el máximo galardón de la Paz, tal cual lo muestra el lienzo de refinada armonía que preside la austera sala que hoy nos cobija, no sólo satisfizo nuestros requerimientos de estudiantes –revelando así su vocación de maestro auténtico– sino que nos obsequió con un ejemplar de su proyecto de Código Nacional de Trabajo en el que deslizó una afectuosa dedicatoria, con su caligrafía menuda y prolija. Como se ve, sabía abrir corazones y anudar sentimientos de amistad. Remataremos esta incursión por nuestro propio pasado con un sutil pensamiento de aquel insigne conocedor del alma humana: "Los jóvenes que hoy pasan por sus aulas se sentirán siempre acompañados por su recuerdo, por más prolongado que sea el camino, o por más alta que fuera su ascensión en la montaña" (Carlos Saavedra Lamas, Por la Paz de las Américas, Buenos Aires, edic. 1937, p. 376).
Pero volquemos ya la hoja y enhebremos el tema que esta tarde nos proponemos destacar: el de su vocación pacifista, que calaba muy hondo en su alma y que caracterizó el pensamiento y la prédica de Saavedra Lamas. En otros términos, señalar su visión de la paz dentro de la trama, tanto social como internacional, en que él buscó insertaría.
Ya en el discurso pronunciado en la colación de grados de su camada, que tiene lugar el 12 de agosto de 1903, el joven universitario traduce su inquietud por el futuro social de nuestro país con estas palabras: "Los autores que nos trae la novísima bibliografía americana, nos hablan con frecuencia de las fuerzas engendradas por la tradición, pero modeladas en las evoluciones sociales" (Discurso pronunciado por el ex alumno Carlos Saavedra Lamas en la colación de grados, Universidad de Buenos Aires, 1903). Recogía, así, el mensaje generacional contenido en la expresiva disertación que, en esa misma circunstancia y en nombre del cuerpo de profesores, pronunciara Manuel Augusto Montes de Oca, recién regresado de Londres, después de una ausencia de tres años, con todo el prestigio que le otorgaba el haber defendido con éxito ante la corona inglesa, la enojosa cuestión de nuestros límites con Chile.
Sospecho que la inclinación internacionalista del joven distinguido con medalla de oro fue acicateada por la feliz coincidencia de recibir el homenaje de egresado de tan distinguido protagonista de la política exterior argentina.
Me apresuro a decir que fue Joaquín V. González, por cierto, quien influyó notablemente en la formación de Saavedra Lamas. Una mentalidad y un espíritu como el del gran riojano modelaron su temple moral y su genealogía intelectual y le marcaron un destino en la historia. Una cita hará comprender mejor el fundamento de esta aseveración; la tomo del prólogo de Joaquín V. González al libro Problemas de Gobierno, que Saavedra Lamas publicara en el año 1916. Tras calificarlo de un joven hombre de Estado, añade: "Un observador certero de los gérmenes sociales y políticos de su país y un estadista equilibrado por el concepto integral de la nacionalidad, no sólo en las palabras o en las fórmulas, sino en el fondo de su corazón y de su conciencia".
La simpatía paternal del autor de Mis Montañas sobre el reflexivo Saavedra es grande: "He tenido por suerte –dice– para el acierto de estos juicios, ocasión de conocerlo desde las aulas universitarias y durante sus primeros pasos por la función pública y me es grato ahora manifestar el agrado con que sus profesores escuchábamos siempre, en la clase o en el examen, su exposición clara, fácil y elegante, reveladora de una concepción mental igualmente nítida y precisa" (Prólogo de Joaquín V. González a Problemas de Gobierno).
Ensayemos ahora un parangón entre ambos estadistas. El mundo había comenzado a tener conciencia de las nuevas realidades sociales con la aparición de la Encíclica Rerum Novarum orientada a dar dimensión ética a la cooperación entre el capital y el trabajo. En nuestro país, la sensibilidad social en búsqueda de la protección obrera tiene una primera manifestación en los trabajos preparatorios que impulsó Joaquín V. González en un proyecto de Código de Trabajo remitido al Congreso en el año 1904, apenas un año antes de que se sancionara la ley de descanso dominical extraída, precisamente, del texto de aquel proyecto. Y es en este campo de los valores sociales donde Saavedra Lamas recibe una influencia directa del gran riojano. Siendo diputado nacional en el año 1910, auspició la creación de una Comisión Parlamentaria para que impulsara la sanción de aquel cuerpo sistemático de leyes sociales y que debía presidir su antiguo profesor Joaquín V. González.
Fue para ese entonces, febrero de 1910, cuando, investido de una misión universitaria por la Facultad de Derecho de Buenos Aires, viaja a Roma para contratar al eminente profesor Luigi Luzatti, autor del modelo de Tratado de Trabajo en Europa. Encuentra a éste como presidente del Consejo de Ministros, quien acoge con entusiasmo los estudios del profesor argentino y lo invita a negociar el convenio oficialmente, instándolo a que solicitase del gobierno argentino las credenciales respectivas. La discreción de Saavedra Lamas se pone de manifiesto, una vez más, al declinar tal invitación con estas palabras: "Hacer una solicitud de credencial por mí mismo habría contrariado mis hábitos y mi temperamento y lo habría considerado intempestivo" (Tratados internacionales de tipo social, Ed. Reus, Madrid, 193, p. 30).
También, en ese mismo año de 1910, presentó en la Cámara de Diputados una minuta de comunicación expresando el deseo del cuerpo para que el Poder Ejecutivo acordara un convenio con el gobierno de Italia sobre inmigración y trabajo, inaugurando de ese modo el derecho internacional obrero argentino, como lo afirma –sin escatimar elogios– Alfredo L. Palacios.
Hombre de ideas propias y convicciones arraigadas, el futuro premio Nobel tiene sentido del mundo y de la vida y sabe responder a los movimientos universales en defensa de la paz y de la justicia. Cuando el Tratado de Versalles –suscripto el 28 de junio de 1919– declara solemnemente que el establecimiento de la paz universal sólo podría basarse sobre la justicia para todos, y que debía respetarse al hombre como persona y no como una mera mercancía, Saavedra Lamas adhiere con fervor a lo que considera uno de los documentos más nobles de la comunidad internacional y coronación de lo que da en llamar "período constituyente del derecho obrero".
El curioso paralelismo entre ambos hombres de Estado vuelve a manifestarse cuando Saavedra Lamas vuelca toda su experiencia internacional y docente en su propio proyecto del Código Nacional de Trabajo, que concluye en 1928 y que presenta a la Conferencia de la OIT poco después. Frisando ya los cincuenta años, en el linde de la madurez, es elegido por unanimidad Presidente de la Conferencia Internacional de Trabajo de 1928 en Ginebra, como reconocimiento a su "intelectualidad magistral", según expresión de Albert Thomas, quien había sido ministro de Estado de Francia y director del Bureau International du Travail.
Podemos afirmar que Saavedra Lamas desarrolló y ahondó el gran tema social que Joaquín V. González dejó esbozado: ambos reclamaron medios pacíficos para dar salida y amplitud a las necesidades de las poblaciones. Era la idea sostenida en Europa por Paul Pic, el eminente profesor francés de la Universidad de Lyon que prologará su estudio sobre el derecho internacional obrero y los tratados de trabajo, cuando señala el horizonte de éstos como un factor sustantivo "para la radicación definitiva de la paz" (Tratado Internacional, p. 385).
Así como la incipiente democracia norteamericana inspiró a los padres de nuestra independencia y a nuestros grandes liberales, como Sarmiento y Alberdi, el comienzo del presente siglo también recibió la influencia de lo que dió en llamarse el "apostolado wilsoniano". En aquellos años el mundo disfrutaba de una relativa paz: la paz victoriana y la paz bismarckiana. Claro que esta quietud escondía en su seno violencias que muy pronto iban a estremecer al mundo. En esa apariencia de calma, surge la figura de Woodrow Wilson, un intelectual, ex rector de la Universidad de Princeton, profesor de Political Science, que es elegido presidente de los Estados Unidos en el año 1913. El idealismo avasallador de Wilson buscaba apoyarse en las enseñanzas de la historia y en la visión de un mundo de paz y solidaridad. Pero muy pronto se desatará la guerra en Europa, con la tragedia de Sarajevo, y Wilson, aferrado a su pacifismo, conduce su política exterior a una neutralidad de hecho y de derecho. Sus discursos del crítico año 1917 se orientaban a limitar los objetivos de la conflagración mundial: "debemos buscar –decía– una paz sin victoria, el mundo debe salvarse para la democracia".
Por cierto que el idealismo del presidente Wilson influyó sobremanera en los intelectuales argentinos. Joaquín V. González y Carlos Saavedra Lamas sienten que aquellas ideas son legítimas e insustituibles para mantener viva la llama de la cultura occidental. Se crea, así, una solidaria genealogía conceptual y espiritual afín con la de otro gran pensador argentino, Juan Bautista Alberdi. (Ver J. V. González, Obras Completas, T. X, p. 417).
Las proposiciones del presidente Wilson están contenidas en su programa de los Catorce Puntos, en el que sobresale el ideal de la paz universal sobre la base de una liga o sociedad de las naciones. Como anota Joaquín V. González, se trata de una idea tan norteamericana como argentina ya que Juan Bautista Alberdi en su libro El crimen de la guerra propiciaba, mucho antes, una organización de la paz sobre la base de la justicia internacional. El espíritu de toda la obra alberdiana descansa en que la guerra es un delito que la comunidad internacional debe prevenir y aun reprimir.
Es tiempo de que volvamos a nuestro homenajeado de esta tarde. Comencemos por decir que si Alberdi y Wilson configuran el ideal, Saavedra Lamas es la idea. Aquéllos iluminaron un ancho camino para encauzar los pasos de la humanidad en dirección a una justicia universal; éste, estadista con ideas propias, con un sentido del mundo y de la vida madurado entre viaje y viaje a conferencias internacionales, puso en práctica aquellas concepciones. Su misión de paz no es un mero sentimiento o el evangélico espíritu de un lírico sino un verdadero proceso de racionalización de aquel valor eterno.
Por cierto que los sueños pacifistas de Alberdi y Wilson penetraron en la formación de Saavedra Lamas. No diré que las referencias al pensamiento de aquéllos ocupen un lugar preponderante en las citas. Pero las hubo, empero, e importantes.
Los ideales cardinales de Wilson se traducen en expresiones plenas de solidaridad universal, tales como: "the war that will end wars" (la guerra que pondrá fin a las guerras), slogan ingenuo con que explicaba la forzada beligerancia de Estados Unidos tres años después de iniciada la guerra. Por cierto que la oposición lo glosaría con un enunciado cínico aplicado al Tratado de Versalles: "peace to end peace" (la paz para terminar con la paz). Es de destacar también el "peace without victory" (paz sin victoria) del presidente norteamericano, con que repudiaba el adagio clásico de "recompensar" a los vencedores y "castigar" a los vencidos. Recordemos que es ésta una doctrina rioplatense de vieja estirpe, como que se remonta al conflicto argentino-paraguayo del siglo pasado, oportunidad en que Mariano Varela lanzó su célebre apotegma: "la victoria no da derechos".
Saavedra Lamas, en el discurso pronunciado el 12 de junio de 1935, al tiempo de la firma del Protocolo de Paz entre Bolivia y Paraguay que suspendía las hostilidades, en una solemne y emotiva ceremonia que tiene lugar en la Casa de Gobierno, transita por la dialéctica wilsoniana. Han pasado por sus manos la guerra fratricida y la paz del Chaco Boreal, y a la hora de saborear lo que su talento diplomático había hecho realidad, explica: "Cuando los beligerantes estaban en el fragor del combate tomó la Cancillería argentina la iniciativa de decirles: vuestras violencias no modifican vuestros derechos. Fue (ésta) la declaración del 3 de agosto, que iniciamos obteniendo la adhesión de diecinueve naciones de América. Pero dijimos algo más; dijimos: queremos que ésta sea la última guerra, y fue por ello y para ello que estructuramos y proyectamos el pacto antibélico, que una vez ratificado y aceptado como está, por todos los pueblos de América, hará imposible otra guerra". (Carlos Saavedra Lamas, Por la Paz de las Américas, Buenos Aires, Edic. 1937, p. 70).
Nuevamente, en su discurso del 21 de enero de 1936, al tiempo de suscribir el acta que coronaba los logros de la Conferencia de Paz en el conflicto del Chaco, y que presidía el Canciller argentino, éste reedita aquellos conceptos al expresar: "Cuando se inauguró en esta misma sala la Conferencia de Paz dije que aspirábamos a que la guerra que terminaba fuera la última de América, que no fuera como todas las otras, destructora sino creadora de principios y derechos, y estamos velando y hemos de velar hasta el fin por el cumplimiento de esos postulados" (C. Saavedra Lamas, op. cit., p. 82).
Como se puede apreciar de estos conceptos que hemos transcripto, tanto Wilson como Saavedra Lamas están muy cercanos en sus prédicas pacifistas y más aún en sus postulados antibélicos. Y si ahondamos en estas reflexiones, veremos que ambos edificaron sistemas trascendentes para la paz: la Sociedad de las Naciones el uno y el Pacto Anti-Bélico el otro.
Me acercaré ahora a otra cuestión que también ocupó, y mucho, la atención de ambos estadistas americanos: la neutralidad. Así como la historia está llena de ruido de sables, la inhibición voluntaria de participar en un conflicto y mantener una igualdad de trato con las partes beligerantes es tan antigua como el mundo. Pero cabe preguntarse ¿qué alcance y significación le atribuyeron aquéllos? Me adelanto a decir que ambos filosofaron en la misma dirección. Entendieron la paz no como ausencia de guerra, pero sí como fraternidad humana.
En uno de sus últimos discursos como candidato a la reelección, en 1915, volcó Wilson sus juicios sobre la neutralidad. Así, sostenía que "hemos sido neutrales, no sólo porque es la política fija y tradicional de los Estados Unidos; hemos sido neutrales también porque es nuestro deber manifiesto impedir, si es posible, una prolongación indefinida de las pasiones ardientes del odio y la desolación y porque, además, era nuestro deber procurar servir a la humanidad reservando nuestra fuerza y nuestros recursos para los difíciles y penosos días de la restauración". "Y la neutralidad" –agregaba en su discurso de 1915– "no es indiferencia, no es el propio interés, sino la simpatía por el ser humano y el bienestar" (J. V. González, Obras Completas, T. X, p. 57).
Para la misma época, en julio de 1916, al tiempo de inaugurar el Congreso Americano de Ciencias Sociales, Saavedra Lamas, que sabe distinguir entre lo jurídico y lo político, expresa que pocos derechos "merecen una dedicación más especial que aquellos que corresponden a los neutrales", y citando al estadista norteamericano recuerda que "es en la contienda actual de donde surgirán fuerzas nuevas, exigiendo el respeto de los neutrales" (C. Saavedra Lamas, op. cit., p. 35).
No hace falta ir más lejos. Igual sensibilidad, igual inteligencia, igual credo, tanto en Wilson como en Saavedra Lamas. Pero mientras el idealista sólo suscitó principios, el ideador elaboró estrategias. Este supo también ejercer la diplomacia en profundidad, que es aquella que persigue la aceptación espontánea y no la solución impuesta.
La Academia de Oslo reconoció el mérito de esos dos militantes de la paz al otorgarles el premio Nobel, en 1919 a Wilson y en 1936 a Saavedra Lamas.
Otro período en el camino de la paz entre los Estados fue lo que Saavedra Lamas llamó "la formación de una fuerza internacional a los efectos de una función de policía que asegurara la paz". Me apresuro a afirmar que es éste uno de los antecedentes más preclaros de las actuales fuerzas para el mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas. Recuerda aquél que "fue en un momento dado el ideal sugerido a la Sociedad de las Naciones". "Nosotros" –agrega– "no hemos trepidado en crear una fuerza internacional y en enviarla como policía internacional para separar dos ejércitos en guerra. El ensayo se realizó entre el respeto inmediato de los beligerantes, y es una de las páginas más bellas que atestiguan la cultura alcanzada por nuestras fuerzas militares, que realizaron su noble misión" (C. Saavedra Lamas, op. cit., p. 80). En el discurso pronunciado en la Conferencia de Paz, Saavedra Lamas distingue entre la coerción militar y la coerción moral. "Hemos combinado" –dice– "la conciliación con el repudio de la guerra de conquista, pero hemos respetado también, invariablemente, la libre determinación de los pueblos" (C. Saavedra Lamas, op. cit., p. 81). Como se ve, Saavedra Lamas apoyaba la conciliación en la fuerza moral que fluye de la comunidad internacional. En este sentido fue un precursor de teorías fundamentales siempre inspiradas en principios de derecho internacional.
Señores Académicos:
Quien ocupó el Ministerio de Relaciones Exteriores desde 1932 a 1938, marcó un momento cumbre en la política internacional argentina. Es posible que en ningún período de su historia haya lucido más el acierto de nuestra diplomacia.
El 21 de septiembre de 1936 se lo distingue designándolo presidente de la XIII Asamblea de las Naciones Unidas. Al agradecer tan señalado honor expresó: "La interpreto como un homenaje que tributáis a mi país, cuya conducta se ha inspirado siempre en su amor a los principios y en su vocación por la paz". Una feliz coincidencia lo lleva a presidir, apenas dos meses después, la Conferencia Internacional de Consolidación de la Paz, celebrada en Buenos Aires, a iniciativa y con la presencia del presidente Franklin Delano Roosevelt.
Finalmente, el 24 de noviembre del mismo año, se le otorga el galardón más preciado que un hombre de Estado pueda recibir, el Premio Nobel de la Paz. Al contestar el homenaje que en tal oportunidad le brindara la Facultad de Derecho a través de su decano, el doctor Agustín Matienzo, expresó el laureado: "La guerra ha seguido mi paso durante toda mi gestión, como la sombra de la tragedia antigua. A poco de inaugurar mis tareas apareció en nuestras vecindades la llama de un gran incendio. Durante todo este período de gobierno un afán cotidiano de restablecer la paz ha perturbado nuestro sueño" (C. Saavedra Lamas, op. cit., p. 393).
Por cierto que el Canciller argentino supo vencer todos esos obstáculos. Por ello pudo reiterar a sus jóvenes amigos y a sus alumnos de siempre: "Meditad, pues, y convenceos de que la paz es un bien inapreciable; que es indispensable mantenerla para dar a los hombres mayor bienestar, en su tránsito hacia la sombra" (C. Saavedra Lamas, op. cit., p. 396).
Así fue –así lo veo yo al menos– nuestro Premio Nobel de la Paz. A su misión de internacionalista supo darle un contenido metafísico que le evitó quedarse en la epidermis de los conflictos para penetrar en su hondura.

Copyright © los Autores

1999 
Día internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer 

 

Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer
25 de noviembre

«La violencia contra las mujeres y las niñas presenta muy diversas formas y afecta a muchas personas en todo el mundo. [...] En este Día Internacional, insto a los gobiernos y asociados en todo el mundo a que aprovechen la energía, las ideas y el dinamismo de los jóvenes para ayudarnos a poner fin a esta pandemia de violencia. Solo entonces viviremos en un mundo más justo, pacífico y equitativo».
Mensaje del Secretario General en el Día Internacional de la
Eliminación de la Violencia contra la Mujer, Nueva York, 25 de noviembre de 2011
Cartel de la campaña ÚNETE
El 17 de diciembre de 1999, a través de laresolución 54/134, la Asamblea General ha declarado el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y ha invitado a los gobiernos, las organizaciones internacionales y las organizaciones no gubernamentales a que organicen en ese día actividades dirigidas a sensibilizar a la opinión pública respecto al problema de la violencia contra la mujer.
Desde 1981, las militantes en favor del derecho de la mujer observan el 25 de noviembre como el día contra la violencia. La fecha fue elegida como conmemoración del brutal asesinato en 1960 de las tres hermanas Mirabal, activistas políticas de la República Dominicana, por orden del gobernante dominicano Rafael Trujillo (1930-1961).
El 20 de diciembre de 1993, la Asamblea General aprobó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer (A/RES/48/104).
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